El sol baña los acantilados y las aguas turquesas del mar de Cornualles cuando Jane Bellamy y Cedric Stone se conocen en el verano de 1939. No están destinados a ser una ecuación perfecta, pero son jóvenes y el amor lo arrolla todo a su paso. Así que esta historia comienza como otras muchas: él y ella se enamoran. Hay primeras palabras, primeras miradas y primeros besos. Y luego la guerra, la nada. Solo oscuridad. Todo cambia. Años más tarde, en un hospital de Edimburgo, Margot Abbot sostiene en la mano un anillo que pertenece al paciente que dormita en la cama, Cedric Stone. Ella todavía no lo sabe, pero está a punto de abrir un baúl de recuerdos y descubrir qué ocurrió tras aquellos luminosos días de estío que quedaron atrás. «Si el tiempo no discurriese sin interrupción hacia delante, si pudiésemos saltar atrás y volver a casillas ya conocidas como en un tablero de juego, ellos regresarían una y otra vez a ese instante. Se encontrarían, la arena les haría cosquillas bajo los pies, tendrían veinte, cuarenta, sesenta, ochenta años y él le preguntaría: “¿Y ahora qué?”. Y ella, con la boca llena de risa, contestaría: “Sigamos viviendo con los ojos cerrados, que siempre quedará el amor”».
Quedará el amor - Alice Kellen
El sol baña los acantilados y las aguas turquesas del mar de Cornualles cuando Jane Bellamy y Cedric Stone se conocen en el verano de 1939. No están destinados a ser una ecuación perfecta, pero son jóvenes y el amor lo arrolla todo a su paso. Así que esta historia comienza como otras muchas: él y ella se enamoran. Hay primeras palabras, primeras miradas y primeros besos. Y luego la guerra, la nada. Solo oscuridad. Todo cambia. Años más tarde, en un hospital de Edimburgo, Margot Abbot sostiene en la mano un anillo que pertenece al paciente que dormita en la cama, Cedric Stone. Ella todavía no lo sabe, pero está a punto de abrir un baúl de recuerdos y descubrir qué ocurrió tras aquellos luminosos días de estío que quedaron atrás. «Si el tiempo no discurriese sin interrupción hacia delante, si pudiésemos saltar atrás y volver a casillas ya conocidas como en un tablero de juego, ellos regresarían una y otra vez a ese instante. Se encontrarían, la arena les haría cosquillas bajo los pies, tendrían veinte, cuarenta, sesenta, ochenta años y él le preguntaría: “¿Y ahora qué?”. Y ella, con la boca llena de risa, contestaría: “Sigamos viviendo con los ojos cerrados, que siempre quedará el amor”».
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